20 abril 2006

La Envidia

esa gran traicionera

Es tan fea la envidia que siempre anda por el mundo disfrazada, y nunca más odiosa que cuando pretende disfrazarse de Justicia. No lo digo yo, lo dijo Benavente.

La envidia es una condición inherente a la humanidad. Hay quien la esconde y quien la saca a pasear. Cada uno administra su envidia como buenamente puede. Hay quien la reconoce como propia y la engrandece, también quien la disfraza de “envidia sana” como quitándole hierro al asunto. Pero, al final, pasa como con las enfermedades: lo bueno es ser portador pero no desarrollarla para que no cause daños.

Ante esta terrible realidad que caracteriza al ser humano, alguno prefiere enfocar a la envidia desde una perspectiva más optimista y la compara con el amor. Según Alfred D'Houdetot la envidia se parece mucho al amor, ser envidiado es casi ser amado.

Sin embargo, no conviene ser tan apresurado y es que es que con los temas de amor no se debe jugar. Los celos surgen del amor pero son, en cierto modo, razonables y justos puesto que sólo tienden a conservar un bien que nos pertenece o que creemos nos pertenece; en tanto que la envidia es un furor que no puede soportar el bien ajeno.

Dijo Napoleón que la envidia es una declaración de inferioridad. Estamos ante una frase tan corta como sabia. Quevedo también definió la envidia de manera concisa y precisa: la envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come.

Para terminar, a modo de consejo, un proverbio castellano: Más te debes guardar de la envidia de un amigo, que de la emboscada de un enemigo.


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