17 septiembre 2006

Las Palabras

Protejámoslas

La lengua española es muy rica. Hay palabras que son muy bellas. A modo de ejemplo, palabras como libertad, amor, felicidad, armonía sólo pueden transmitir buenas vibraciones.

La belleza de las palabras normalmente está en su significado. Una palabra nos gusta cuando nos sugiere algo bueno. Pero hay palabras que pueden ser adulteradas. La reiteración y el uso indebido hacen que ciertas palabras puedan transmitir desconfianza, incluso que esas palabras lleguen a ser odiadas.

Las palabras feas no tienen antídoto y siempre serán feas. Así, por ejemplo, por mucho que adornemos la palabra “escoria” siempre nos parecerá indeseable. Las palabras bonitas, por contra, sí pueden tronarse en feas.

En lo relativo al uso indebido, quiero centrarme en la demagogia, esa práctica consistente en ganarse con halagos el favor popular. Es evidente que la demagogia necesita palabras bellas. Son un instrumento fundamental por lo que implica necesariamente caer en la reiteración (o abuso) de estas palabras. Es entonces cuando la “ciudadanía” (ejemplo de palabra adulterada) dice aquello de “esa palabra ya huele”. Ya no hay nada que hacer: la palabra se ha desvirtuado, está podrida.

Ante tal infortunio, la Real Academia Española debería tomar cartas en el asunto. Es cierto que tenemos muchas palabras y que porque unas cuantas pasen al terreno de lo indeseable no pasa nada. Pero el proceso (palabra que, por cierto, oímos mucho últimamente) está abierto y es preocupante que algunos términos suenen ya a palabras vacías.

De un tiempo a esta parte, hay palabras bonitas que están en peligro de adulteración. No sería mala solución crear un tribunal que juzgue a aquellos a los que se les llena la boca cuando hablan de paz, solidaridad, libertad, igualdad, ciudadanía, proceso y, por supuesto, talante.


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